El Ser se expresa de múltiples maneras, somos un reflejo de la Totalidad; la vida nos permite encarnar algunas facetas de esa multiplicidad. Como Psicóloga y Psicoterapeuta acompaño a muchas personas y parejas por sus Laberintos intentando ser un apoyo y una aliada en su crecimiento personal. En este espacio apunto huellas que inspiran mi propio camino, el que todos vamos desplegando para volver a conectar con la Esencia. Que en realidad no es un lugar al que llegar, porque “Ya estamos en Casa”.
jueves, 12 de noviembre de 2015
Detente para estar presente
Monje benedictino y practicante de Budismo Zen, reconocido pionero de la psicología Transpersonal y practicante del "vivir agradecido" como una forma de tranformación personal y social, es co-fundador de www.gratefulness.org, un sitio web que da apoyo a A Network for Grateful Living (Una Red para Vivir Agradecidos), que congrega a quienes siguen su pensamiento y tiene más de 10.000 visitantes diarios de más de 200 países. Comparte su espiritualidad, enseñando a sus oyentes a renovar sus vidas y descubrir su máximo potencial, especialmente a través de la práctica de la gratitud. Nos recuerda que tenemos que interrumpir nuestra respuesta automática en el fluir de la vida para estar presente en el momento y alcanzar una vida plena.
Brother David es autor de los libros Gratefulness, the Heart of Prayer (La Gratitud, corazón de la plegaria), y A Listening Heart (Un Corazón Atento). También es coautor de Belonging to the Universe (Pertenecer al Universo) con el físico Fritjof Capra, y The Ground We Share (Lo que tenemos en común), sobre las prácticas budistas y cristianas con Robert Aitken Roshi, maestro Zen. Su libro más reciente es Deeper Than Words: Living the Apostles’ Creed (Más allá de las palabras: para comprender el credo cristiano), con prólogo del Dalai Lama.
Podeis también ver su conferencia TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) Global en Edimburgo 2013.
lunes, 23 de febrero de 2015
La conciencia de totalidad
Siddharta no pronunció palabra; le miró con sonrisa tranquila, siempre igual. Govinda clavó su vista fijamente en su rostro, con temor, con anhelo. Su mirada expresaba sufrimiento y una búsqueda eterna y un eterno rastrear.
Siddharta le observó y sonrió.
¡Acércate a mí! -susurró al oído de Govinda-. ¡Acércate a mí! ¡Así, más cerca! ¡Muy cerca! Y ahora, ¡besa mi frente, Govinda!
Y sucedió algo maravilloso mientras Govinda obedecía sus palabras, entre un presentimiento y el amor que le atraía: se le acercó mucho y rozó su frente con los labios. Todo ocurrió mientras sus pensamientos se ocupaban todavía de las extrañas palabras de Siddharta, mientras se esforzaba aún por quitar el tiempo en vano y con resistencia de sus pensamientos, y de imaginarse el nirvana y samsara como una misma cosa, a la vez que sentía desprecio por las palabras de su amigo y luchaba en su interior con un enorme respeto y amor. Así fue.
Ya no contemplaba el rostro de su amigo Siddharta, sino que veía otras caras, muchas, una larga hilera, un río de rostros, de centenares, de miles de facciones; todas venían y pasaban, y sin embargo, parecía que todas desfilaban a la vez, que se renovaban continuamente, y que al mismo tiempo eran Siddharta. Observó la cara de un pez, de una carpa, con la boca abierta por un inmenso dolor, de un pez moribundo, con los ojos sin vida ..., vio la cara de un niño recién nacido, encarnada y llena de arrugas, a punto de echarse a llorar ..., divisó el rostro de un asesino, le acechó mientras hundía un cuchillo en el cuerpo de una persona ..., y al instante vislumbró a este criminal arrodillado y maniatado, y cómo el verdugo le decapitó con un golpe de espada ..., distinguió los cuerpos de hombres y mujeres desnudos y en posturas de lucha, en un amor frenético ..., entrevió cadáveres quietos, fríos, vacíos ..., reparó en cabezas de animales, de jabalíes, de cocodrilos, de elefantes, de toros, de pájaros ..., observó a los dioses, reconoció a Krishna y a Agni ..., captó todas estas figuras y rostros en mil relaciones entre ellos, cada una en ayuda de la otra, amando, odiando, destruyendo y creando de nuevo. Cada figura era un querer morir, una confesión apasionada y dolorosa del carácter transitorio; pero ninguna moría, sólo cambiaban, siempre volvían a nacer con otro rostro nuevo, pero sin tiempo entre cara y cara ... Y todas estas figuras descansaban, corrían, se creaban, flotaban, se reunían, y encima de todas ellas se mantenía continuamente algo débil, sin sustancia, pero a la vez existente, como un cristal fino o como hielo, como una piel transparente, una cáscara, un recipiente, un molde o una máscara de agua; y esa máscara sonreía, y se trataba del rostro sonriente de Siddharta, el que Govinda rozaba con sus labios en aquel momento.